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EL MUNDO DEBE A ESPAÑA EL COLOR NEGRO

Texto: Ana Vercher (Madrid)

Fotos: Sdo. Iván Jiménez (DECET)

Alejandro Klecker (Madrid, 1960) lleva toda la vida dedicado al mundo empresarial, pero sería en 2015 cuando tuvo que enfrentarse a uno de sus retos profesionales más complejos. Fue entonces cuando le nombraron director de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, la cual se encontraba en una situación muy delicada. No obstante, gracias al trabajo duro, se ha conseguido darle un nuevo impulso. Con él hablamos de estrategias de negocios, del rico patrimonio textil español y de su papel como embajador de la «Marca Ejército».

Cuando fue nombrado director de la Real Fábrica de Tapices, esta se encontraba con una deuda millonaria frente a unos ingresos muy limitados.

¿Cómo afrontó estas dificultades? Principalmente, se llevaron a cabo cuatro acciones clave: renegociar la deuda; realizar un plan de marketing, tanto nacional como internacional; poner en valor nuestros espacios, con cesiones que permiten reutilizarlos y mantenerlos, y la realización de eventos. Hemos ganado varios concursos a nivel internacional, ya que la Real Fábrica es casi más conocida fuera de nuestras fronteras que aquí. Por ejemplo, fabricando los tapices del Palacio de Dresde (Alemania), un pedido particular de la comunidad libanesa en Londres o la restauración de varios tapices, como el de la embajada de Reino Unido en París. La deuda se ha rebajado muchísimo, a la par que los ingresos han aumentado notablemente. Pero seguimos trabajando.
El propio edificio donde se ubica la Real Fábrica es, también, un valor en sí mismo, aunque necesita algunas mejoras. Efectivamente, necesita reparaciones de forma inmediata y sería una pena que no se acometieran, porque se trata del único edificio de toda Europa que se construyó expresamente como fábrica de tapices. Data de 1884 y, desde entonces, jamás ha cesado su actividad, ni siquiera durante la Guerra Civil.

A pesar de dedicarse a una labor antiquísima, ¿las nuevas tecnologías también han recalado allí?
Por supuesto, contamos con una cámara de anoxia para eliminar polillas, musgos, etc. También realizamos trabajos de espectrofotometría CIELab, un sistema láser estandarizado internacionalmente que permite tomar muestras de cualquier color y sacar una fórmula matemática que nos dice exactamente cuál es. Disponemos de drones para fotografiar grandes alfombras y localizar las zonas a intervenir, microscopios digitales para ver la calidad del teñido, etc. Pero lo más importante son los grandes profesionales que allí trabajan, un equipo humano de altísima capacitación, debido a su formación y experiencia: desde dibujantes a alfombristas, pasando por retupidores —encargados de rehacer las alfombras de uso doméstico—, maestros liceros —los que propiamente realizan el tapiz—, archiveros, bibliotecarios, etc.

Aunque parece que existe un auge por lo artesanal, ¿les cuesta encontrar profesionales dedicados a este sector?
Sí. Hemos establecido un sistema que permite que los más veteranos preparen a los nuevos, pero es fundamental que se recuperen las Escuelas-Taller. Además, considero que este trabajo tiene muchos aspectos que podrían resultar muy atractivos para los jóvenes. Para empezar, el hecho de ser absolutamente exclusivo, ya que nunca repetimos un mismo producto. A ello hay que unirle que lo textil está volviendo a estar de moda en el mundo de la decoración —desde México hasta Abu Dabi— y, por supuesto, la conveniencia de apostar por materiales naturales como el yute, la lana o el lino, frente al plástico.

¿Qué relación tiene la Real Fábrica con el Ejército de Tierra?
Para empezar, el madrileño Palacio de Buenavista —sede del Cuartel General del ET— alberga colecciones importantísimas: la serie original de Goya y los tapices de El Quijote de Procaccini, así como diversas alfombras de nudo turco, que también hay en muchas antiguas capitanías generales de España. Se han realizado y restaurado numerosos reposteros, como el escudo de armas de Felipe II, que se encuentra en la antigua Capitanía General de Madrid, o se han realizado trabajos como el forrado de los atriles de la Banda de Música del Regimiento «Inmemorial del Rey» n.º 1. Algunas de estas tareas se han llevado a cabo de forma gratuita por nuestra especial vinculación con el Ejército.

¿Cree que la población conoce y valora lo suficiente nuestro patrimonio?
En muchos casos, no, sobre todo, si hablamos del patrimonio textil, que es el gran desconocido. Pocos saben que España tenía la exclusiva de la seda desde principios del siglo VIII, siglos antes de que Marco Polo popularizase la famosa «Ruta de la seda». Además, también tuvo la exclusiva de la lana merina, que es muy resistente. La España hispano-musulmana aportó a Europa toda la química de la tinción, como el sulfato de cobre, de plata o el aguarrás. También numerosas plantas para ese proceso, como el geranio o la gualda, así como las técnicas de injerto. Igualmente, nuestra etapa de ultramar fue fundamental en el sector al descubrir la cochinilla, que daba un rojo de mayor calidad y que era tan importante que venía escoltada, llegando a valer un kilo de cochinilla lo mismo que uno de oro. Esto supuso la quiebra de centros textiles del nivel de Venecia o Florencia. También, el mundo debe a España el negro, ya que nosotros descubrimos el palo de Campeche y su tratamiento: una planta que permitió, por primera vez, lograr ese color. En aquella época, la corte española se empezó a vestir con él, ya que era un signo de lujo. Esto provocó una enorme envidia en la Corona inglesa y hasta propició guerras para hacerse con el control del producto. Ya en el siglo XX, en plena Primera Guerra Mundial, también fuimos la primera industria que experimentó con tintes sintéticos.

Para concluir, ¿cómo afronta su papel como embajador de la «Marca Ejército»?
Desde la humildad, creo que debemos transmitir los valores del Ejército en nuestro entorno: recuperar valores que la sociedad ha ido perdiendo, como la lealtad —que no es sumisión—, la capacidad de sacrificarnos por una causa mayor que nosotros mismos o el compañerismo frente al individualismo. Al final, todo esto sirve para la empresa, la sociedad y la vida.

LA SANIDAD MILITAR DE CAMPAÑA

Elvira Valbuena / Madrid

Uno de los militares que cruzó el océano Atlántico para servir en Cuba fue Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), que acababa de entrar en el Cuerpo de Sanidad Militar, hace ahora 150 años. Coincidiendo con el aniversario del ingreso en filas del premio nobel de Medicina como capitán médico, el Ejército rinde homenaje a la Sanidad Militar de Campaña, en su efeméride complementaria.

Así, los programas de actividades del Instituto de Historia y Cultura Militar, de los ocho CHCM, los cuatro Archivos Generales Militares, los cuatro Consorcios, la Biblioteca Central Militar y el propio Museo del Ejército incluyen actos y eventos culturales en homenaje a la Sanidad Militar española a lo largo de todo 2023.

Dentro de su agenda cultural, en cooperación con la Dirección de Sanidad del Ejército de Tierra, y con el apoyo y colaboración de la Inspección General de Sanidad, por una parte, y de la Agrupación de Sanidad nº 1 del Ejército, por otra, el Instituto de Historia y Cultura Militar organizará el Congreso Nacional «Historia y presente de la Sanidad Militar de Campaña española», así como la exposición «Historia de la Sanidad Militar de Campaña española». Esta muestra tendrá lugar entre el 15 de octubre y el 15 de diciembre de 2023, en la sede del IHCM, en Madrid.

También en este lugar, está previsto celebrar un ciclo de conferencias relacionado con la efeméride complementaria del Ejército los días 7 de septiembre, 3 de octubre y 27 de noviembre. Posteriormente, entre el 28 y el 29 de noviembre, se celebrará asimismo un simposio nacional sobre «La historia de la Sanidad Militar de Campaña española».

Al igual que en el caso de la efeméride principal, el Instituto de Historia y Cultura Militar dedicará un número monográfico de la Revista de Historia Militar a la Sanidad Militar española.

Ramón y Cajal, un capitán médico en Cuba

Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) tuvo una corta, pero azarosa carrera militar. En junio de 1873, con 21 años, y recién licenciado en Medicina, fue llamado a filas para cumplir el servicio militar, que la Primera República acababa de convertir en obligatorio para hacer frente a las luchas entre liberales y carlistas y a los conflictos coloniales, integrando la denominada «Quinta de Castelar».

Sus primeros meses como soldado los pasó en Zaragoza, donde había realizado sus estudios, pero poco después se presentó a las oposiciones al Cuerpo de Sanidad Militar, con la idea de pasar el resto del servicio militar como oficial. El científico español aprobó la oposición y quedó sexto entre los 100 candidatos que se presentaron a las 32 plazas ofertadas como médico segundo de Sanidad Militar. Al conseguir la plaza, comenzó una nueva etapa en el Ejército, dejando atrás su vida de recluta.

Ya como teniente, Santiago Ramón y Cajal fue destinado al Regimiento de Burgos, que estaba de operaciones en Lérida, con la misión de defender los Llanos de Urgel, durante la Tercera Guerra Carlista. Tras su paso por Cataluña, en abril de 1874, recibió la orden de trasladarse como capitán al ejército expedicionario de Cuba, donde la guerra por la independencia obligaba a realizar nuevos sorteos entre el personal de Sanidad Militar de la Península para cubrir las bajas de ultramar.

Al mes de llegar a Cuba como primer ayudante médico —el paso a la isla implicaba el ascenso al empleo inmediato, es decir, la graduación de capitán—, Ramón y Cajal no quiso hacer uso de las cartas de recomendación que le había entregado su padre y obtuvo uno de los peores destinos en la isla: la enfermería de Vista Hermosa, situada en un lugar recóndito rodeado de terrenos pantanosos, en el distrito de Puerto Príncipe.

En aquel hospital de campaña, formado por un barracón de madera con techumbre de palma que albergaba con dificultad a más de 200 soldados,
la mayoría enfermos de disentería y paludismo, el joven médico dormía junto a sus pacientes y no tardó en contagiarse.

Enfermo de paludismo y tras una primera convalecencia en Puerto Príncipe, el capitán Ramón y Cajal fue trasladado a la enfermería de San Isidro, aún más insalubre que la primera, según sus propias palabras, donde en mayo de 1875 solicitó la licencia para abandonar Cuba y regresar a España.

Diagnosticado de «caquexia palúdica grave» y declarado «inutilizado en campaña», el futuro premio nobel de Medicina llegó un mes más tarde a España por el puerto de Santander, en muy mal estado. Una vez recobrada la salud, Ramón y Cajal retomó sus estudios académicos y comenzó el doctorado, encaminando su vida hacia su vocación científica.

Estos y otros detalles sobre su paso por el Ejército los dejó reflejados en su autobiografía Recuerdos de mi vida, escrita por el científico en 1901.