Texto: Ana Vercher / Madrid
Fotos: Sdo. Álvaro Expósito
Cuando los helicópteros despegan con precisión milimétrica en ejercicios como «Tormenta Alada», todo parece coordinado por arte de magia. Pero detrás de cada vuelo hay un engranaje humano complejo y silencioso que hace posible el desarrollo eficaz y seguro de cada operación. Desde el apoyo en tierra, con la Oficina de Seguridad de Vuelo de la Base, hasta la torre de control, con el equipo de cargas y el servicio contraincendios como piezas clave, decenas de militares suman esfuerzos con rigor y sincronía para que cada despliegue sea un éxito sin margen de error.
Preparativos y mantenimiento
Antes de que cualquier helicóptero inicie su vuelo, una cadena de preparativos comienza con el personal de apoyo en tierra. El soldado Dorrego, destinado en la Unidad Técnica de Mantenimiento del Batallón de Helicópteros de Maniobra (BHELMA) III, lo resume así: «Nos encargamos del proceso de entrada y salida de los helicópteros en las plataformas, así como de la gestión operativa de los grupos electrógenos que permiten su puesta en marcha. Además, somos responsables del mantenimiento integral del área aeronáutica, asegurando que todos los elementos de apoyo en tierra se encuentren en condiciones óptimas para las operaciones aéreas».
Cada operación en pista está respaldada por un equipo esencial: el de contraincendios. En las bases de helicópteros, este servicio opera bajo estrictos protocolos. Los camiones de bomberos deben estar presentes en cada movimiento de aeronaves, ya sea un arranque, un repostaje o una maniobra de rodaje. «Un helicóptero no puede salir a pista sin que vaya un camión con él», explica Dorrego. Estos equipos están formados por personal especializado que puede responder de inmediato ante cualquier incidencia técnica o accidente.
El servicio completo de pista lo integra personal de apoyo en tierra, combustibles y contraincendios, y está liderado por un suboficial jefe de pista que coordina toda la operación diaria. Asimismo, se emplean grupos electrógenos para suministrar energía externa a los helicópteros cuando estos se encuentran en tierra, lo que permite realizar tareas como la descarga y análisis de datos previos al vuelo, así como labores de mantenimiento preventivo sin necesidad de poner en marcha los motores principales.
La torre de control aéreo
Con el helicóptero listo, entra en juego la torre de control, que opera con procedimientos muy similares a los de una torre civil. El sargento 1º Enola, del BHELMA III, lleva desde 2015 vigilando cada despegue.
Cada misión comienza con el plan de vuelo del piloto. Dependiendo del tipo de operación, la torre coordina con diferentes estaciones militares o civiles. En ejercicios como «Tormenta Alada», en el que participan paracaidistas y helicópteros, donde se incrementa el volumen de tráfico aéreo, el trabajo se intensifica: «A veces es incluso más fácil porque los helicópteros vuelan en formación. El verdadero reto está cuando operamos cerca de zonas no controladas, como Soria, donde podría haber tráfico civil», aclara el sargento 1º Enola.
La torre también se adapta a condiciones especiales. «Durante las maniobras trabajamos 24 horas si es necesario. Operar cerca de la Sierra de Cebollera (La Rioja) implica riesgos técnicos por pérdida de comunicaciones al volar en valles», señala el suboficial.
El arte de levantar toneladas
Sobre el terreno, otro equipo se encarga de una tarea de alta precisión: preparar las cargas que serán izadas por helicópteros de transporte. El soldado Escobar, del Batallón de Helicópteros de Transporte V, lleva casi 20 años en el Ejército y más de una década entre cargas y tiradores. «Antes de levantar una pieza como el Light Gun, comprobamos todo el material, el estado de las eslingas, el centrado, los eslabones… No nos podemos permitir errores», afirma.
La preparación de cargas para su izado mediante helicóptero exige una precisión casi quirúrgica. Cada pieza que se va a transportar —ya sea un obús, una red de munición o material logístico— debe estar certificada, equilibrada y asegurada de forma quirúrgica. Para ello, los equipos de cargas elaboran fichas técnicas detalladas que recogen el peso exacto, el tipo de elemento, la configuración del amarre y el número de eslabones de cada una de las líneas de suspensión.
Un detalle crítico en este proceso son las eslingas —textiles o metálicas— que unen la carga al gancho del helicóptero. No se colocan de forma simétrica, sino que se ajustan con diferencias de longitud con el objetivo de compensar el centro de gravedad de la carga. Así se evita que la pieza bascule durante el izado, lo que podría provocar inestabilidad en vuelo o incluso daños en el material o en el helicóptero.
Además, en los ejercicios sin munición real, como en «Tormenta Alada», se recurre a una técnica sencilla pero efectiva: rellenar cajas de munición vacías con tierra hasta alcanzar el peso operativo requerido. Así, se garantiza que el helicóptero actúe bajo las mismas condiciones que en una misión real, manteniendo su comportamiento aerodinámico y sus parámetros de carga. Esta práctica también permite entrenar a los equipos con realismo, respetando los márgenes de seguridad y esfuerzo estructural de la aeronave.
La coordinación entre los equipos es clave: certificando materiales, ajustando las líneas de carga y preparando maniobras con antelación. «Entrenamos de día y de noche, bajo cualquier condición. No improvisamos nada», subraya Escobar.
Sin ellos, no hay vuelo
Mientras los focos apuntan a las aeronaves en el despegue, cientos de manos trabajan sin pausa antes, durante y después del vuelo. Operar con helicópteros es mucho más que palas girando en el cielo: es la prueba de que, en el Ejército, cada engranaje cuenta. Y algunos, aunque no se vean, son decisivos.




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