Llegaste a la cima, descansa en la cumbre

El Excmo. Ayuntamiento de Langreo ha dado el nombre del teniente Manuel Álvarez Díaz a una plaza de Sama.

Hay vidas que, por su intensidad y coherencia, dejan una huella imborrable y desafían el paso del tiempo. Historias de pasión, de entrega y de un propósito tan nítido que su eco permanece cuando todo lo demás se apaga. La del teniente de Infantería Manuel Álvarez Díaz es una de ellas.

Hace poco, un emotivo homenaje en su localidad natal, Sama de Langreo, volvió a poner de relieve su trayectoria. Un acto impulsado por el cariño de vecinos, amigos y quienes lo conocieron, que nos devuelve el recuerdo de un hombre cuya pasión por la montaña fue tan grande como su compromiso de servicio a España: un militar que encontró en las cumbres más altas del mundo su destino final.

Un legado forjado entre la milicia y las cumbres más altas

La trayectoria del teniente Álvarez Díaz no es sólo una biografía, es un relato del que podemos extraer valiosas reflexiones sobre la vocación militar y el sacrificio. 

La vocación militar de Manuel Álvarez no se puede entender sin su profunda conexión con la montaña. No era un simple pasatiempo, sino una parte intrínseca de su ser, un vínculo que guió sus aspiraciones dentro del Ejército de Tierra. Su amigo y compañero de la Compañía de Operaciones Especiales nº 71 de Oviedo, el teniente (R) Alberto Alberdi Conde, lo describió a la perfección:

«Un solitario caminante de las montañas asturianas».

Esa simbiosis con la montaña lo llevó a buscar la convergencia de sus dos pasiones. Su carrera fue un camino deliberado para unir el uniforme y las botas de montaña, un esfuerzo que culminó cuando logró integrarse en el Grupo Militar de Alta Montaña del Ejército de Tierra, tras superar el exigente Curso Superior de Montaña en 1994.

La excelencia de Manuel Álvarez se manifestó en dos ámbitos paralelos: el militar y el montañero. Su trayectoria en el Ejército de Tierra fue impecable: egresó como sargento de la VI Promoción de la Academia General Básica de Suboficiales (1982) y, posteriormente, como teniente en 1990, con la VII Promoción de la Escala Especial de Jefes y Oficiales. 

Su preparación era excepcional, como demuestra haber superado algunos de los cursos más exigentes: operaciones especiales, buceador de asalto, paracaidismo y superior de montaña. Y no solo destacó como alumno; también lo hizo como maestro, llegando a ser profesor en la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales.

Esa sed de superación no se quedó en el ámbito militar. Llevó su resistencia y su conocimiento a algunos de los entornos más desafiantes del planeta: participó en expediciones al Karakorum, a la Antártida e incluso al Tahat, en el corazón del desierto del Sáhara, en Argelia.

Una muerte trágica, un descanso soñado

El 17 de julio de 1996, la montaña reclamó su vida. Ocurrió durante una expedición al Gasherbrum I, un imponente ochomil del Karakorum pakistaní, en la que colaboraba con el programa de Televisión Española «Al filo de lo imposible».

En el descenso desde la cumbre sufrió una grave caída que le provocó una lesión en la espalda. Quedó aislado, junto a un compañero, a más de 7.000 metros de altitud. Allí permanecieron seis días, a merced de un tiempo extremo que hizo imposible cualquier intento de rescate.

La tragedia de su muerte, sin embargo, se ve matizada por una poderosa idea:

«Encontró el descanso eterno en el lugar que más amaba, en el entorno que daba sentido a su existencia».

Como bien se dijo en su homenaje, su cuerpo descansa allí: «…en el sitio donde él hubiera soñado estar. A 8.086 metros más cerca del cielo. A 8.086 metros más cerca de Dios».

El recuerdo que vence al olvido

El legado del teniente Manuel Álvarez Díaz sigue vivo gracias a quienes lo conocieron y admiraron. La iniciativa del homenaje nació de sus propios vecinos y amigos, un impulso ciudadano que culminó con la decisión del ayuntamiento de Sama de nombrar una plaza en su honor

Pero este acto fue mucho más que un nombramiento; fue una ceremonia cargada de emoción y simbolismo. En presencia de sus hijos, Manuel y Pedro, el recuerdo del teniente se materializó a través de un responso, una ofrenda floral y los solemnes ecos del toque de oración y una descarga de fusilería. Mientras sonaba «La muerte no es el final», se hizo palpable que su memoria perduraría.

El alcalde de Langreo, don Roberto García Rodríguez, lo resumió con una frase que golpea por su verdad: «No conocí a Manolo y siento envidia de vosotros por no haberlo podido conocer, pero si la muerte es el olvido, has vencido a la muerte, Manolo».

La vida de Manuel Álvarez Díaz es un poderoso testamento de cómo una pasión, vivida con una entrega absoluta, puede definir un legado que trasciende la propia existencia. Fue un militar ejemplar y un montañero indomable, pero, sobre todo, fue un hombre que vivió en coherencia con sus ideales hasta el último aliento. 

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