«La gente tiene que saber la verdad»
Texto: Juan Diego Tobajas (Madrid)
Fotos: Bg. J. M. Dueñas
Alfonso Borrego (El Paso, 1956) es un historiador y activista cultural estadounidense de ascendencia apache chiricahua, bisnieto de Gerónimo. Preside la «Cultural Heritage Society of the Camino Real de Tierra Adentro» y es director de Turismo y Asuntos Culturales en San Elizario (Texas), la ciudad donde reside. Nacido en una familia mestiza y castellanoparlante, creció en un contexto de discriminación racial. Aunque sus padres ocultaron su ascendencia indígena, sufrió prejuicios tanto por sus raíces como por ser hispanohablante. Durante su infancia, Borrego fue educado con una visión negativa de los españoles, influida por la leyenda negra. Sin embargo, descubrir que su bisabuelo Gerónimo hablaba castellano y que muchas reservas indias están en territorios con nombre español, le hizo replantearse aquella percepción. Este cambio impulsó su labor de defensa de la herencia española en América.
Cuando era niño, le enseñaron en la escuela que los españoles habían cometido atrocidades contra los nativos. ¿Cuándo cambió de opinión?
La cosa es que no te lo dicen así, directamente. Te lo van inculcando. En esa época, la palabra «racismo» ni siquiera existía. Es difícil hablar de historia con los ojos de hoy, porque tienes que tener en cuenta cómo funcionaban las cosas antes. Yo me di cuenta de todo esto revisitando mi pasado. Es algo muy personal.
¿Cómo afectó a su identidad y luego a su trabajo como historiador descubrir que su bisabuelo, Gerónimo, hablaba español y que las reservas indias están en Estados con nombres de origen español?
Es algo que se va descubriendo poco a poco, desde la infancia. Recuerdo ir con mi familia a un restaurante cuando era pequeño. Mi abuela se había casado con un alemán, y ellos entraban por la puerta principal, mientras que nosotros estacionábamos detrás y entrábamos por una puerta trasera, a un comedor separado. En ese momento no pensaba mucho en eso, era algo normal. La vida era así, y uno la iba viviendo sin cuestionar. Recuerdo que, más tarde, cuando comencé a reflexionar sobre lo que viví, me di cuenta de que esa separación existía porque, en la puerta de entrada, había un letrero que decía: «No perros, no negros, no mexicanos». Yo no me consideraba mexicano, porque mi familia decía que no teníamos parientes en México. Me encontraba en una especie de limbo. Con el tiempo, uno empieza a cuestionarse esas cosas. En la escuela, si te escuchaban hablar español, te pegaban con una varilla o te regañaban. No solo te castigaban por hablar español, sino también si fumabas o te portabas mal en clase. Era algo normal en ese tiempo, y uno lo aceptaba sin más. Crecí con esas ideas en la mente, sin saber muy bien cómo encajar. Ahora que lo veo con perspectiva, comprendo mejor lo que viví.
Usted menciona que gran parte de la narrativa sobre la conquista española proviene de la tradición oral, sin documentación sólida.
La gente tiene que saber la verdad. A mí no me gusta usar la palabra «conquista». En España y México, es perfectamente correcta, pero en Estados Unidos no lo es. La palabra «conquista» tiene un solo significado, el de alguien que llegó para matar a los indígenas. Sin embargo, cuando uno analiza la historia de manera más detallada, las cosas no fueron como se cuentan. Por ejemplo, hay una estatua enorme de Juan de Oñate —expedicionario y conquistador de lo que hoy es Nuevo México— en la que aparece con casco y lanza, como si hubiera llegado con una gran armadura. Pero, según los registros históricos, solo llevaba dos armaduras completas en su expedición, y él no era un guerrero, sino un gobernador de 48 años.
En medio del debate actual sobre el legado hispánico en América, ¿qué cree que se está perdiendo en la interpretación de la historia española?
La narrativa es simple: los españoles llegaron, mataron a los indígenas y robaron todo. Esa es la historia que se cuenta. En los últimos años, hemos comenzado a celebrar el Mes de la Hispanidad en Estados Unidos, porque hay una gran población hispana. Pero hay un esfuerzo por borrar todo lo relacionado con los españoles. Se ha llegado al punto de cambiar el nombre del Día de la Hispanidad por el del Día de los Pueblos Indígenas, como si todo lo español fuera malo. Lo que no quieren decir es la verdad. Cuando uno investiga más, ve que la narrativa es mucho más compleja de lo que se cuenta.

Usted es presidente de la Asociación Cultural «Cultural Heritage Society of the Camino Real de Tierra Adentro». ¿Cuáles son los objetivos de la Asociación?
El Camino Real de Tierra Adentro abarca 2500 km, y es una parte importante de la historia de América. Mucho de lo que se ha dicho sobre este camino y la presencia española en el suroeste de los Estados Unidos ha sido tergiversado. Parte de nuestro trabajo es corregir esas imprecisiones históricas. Por ejemplo, logré que se reconociera que la ruta original del Camino no pasaba por donde inicialmente se pensaba. La asociación también trabaja para que este camino sea reconocido en su totalidad como Patrimonio de la Humanidad. Ya hemos logrado avances significativos con las autoridades de Parques Nacionales en Estados Unidos, y ambién hemos colaborado con instituciones en México, como el INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia). Llevamos varios años trabajando en este proyecto, y nuestra meta es preservar la verdadera historia del Camino Real y su legado.
¿Cómo cree que la presencia de los españoles influyó en la convivencia y el mestizaje en las Américas?
Es importante entender que los conflictos no eran tan extensos como a veces se dice. Las sociedades indígenas no vivían en constantes guerras entre sí ni tampoco con los españoles. Había intercambios comerciales, aunque limitados, y fue solo tras la llegada de los españoles cuando se introdujeron los animales domésticos y otras innovaciones muy importantes relacionadas con la agricultura y la arquitectura. Muchos de los malentendidos modernos provienen de una tendencia a aplicar ideas actuales a contextos históricos diferentes. Por ejemplo, hay quienes piensan que los indígenas vivían en paz entre sí antes de la llegada de los españoles, pero no fue así. No digo que los españoles fueran santos, pero los conflictos entre las tribus existían mucho antes de que ellos llegaran. Un caso muy interesante es el de Juan de Oñate, quien llevó a cabo una expedición hacia el norte de la Nueva España, hoy Estados Unidos, con apenas 120 soldados. Se dice que hubo matanzas de miles de indígenas, pero si lo analizamos con detalle, esas cifras no cuadran. Las armas que llevaban los españoles no eran tan avanzadas como para hacer frente a números tan grandes. Si de verdad hubieran estado en desventaja de miles contra unos pocos cientos, simplemente no habrían sobrevivido. La expedición de Juan de Oñate llegó para poblar, y no para exterminar.
¿Qué cambios considera urgentes para corregir esa narrativa y enseñar una historia más equilibrada de la presencia española en América?
Creo que el principal problema radica en cómo se enseña la historia aquí en España. Mucho de lo que se dice en América sobre el pasado español proviene de una narrativa de culpabilidad que ustedes mismos han asumido. Se sienten responsables por lo que ocurrió. Muchos mexicanos son conscientes de la herencia española y no niegan lo que se hizo, ya sea en infraestructuras, cultura o religión. Tras la independencia de México, los descendientes de españoles no desaparecieron ni se fueron en barcos; simplemente se quedaron y pasaron a ser mexicanos. Hoy en día, el mestizaje es parte fundamental de la identidad nacional, y no se rechaza lo que España dejó en términos de cultura, arquitectura y demás. Las generaciones futuras deben aprender de los errores del pasado, no ocultarlos ni distorsionarlos. La historia debe presentarse como lo que es: una serie de eventos complejos, con luces y sombras, pero que forman la base de lo que somos hoy.