Cuando todo comienza la noche está despejada. El tiempo se abriga con ellos en el mismo momento en que el sol demuestra, perdiéndose en el horizonte, la redondez de la Tierra. Hace frío. La cabo 1º María José Quintas Seijo viaja en el blindado que conduce la cabo Torres. En él también viajan la cabo Porras como segunda conductora, pendiente del sistema integrado de comunicaciones, y el cabo Dorta, tirador de precisión. María José es tiradora y maneja la radio. Pertenecen al Regimiento de Infantería Ligera “Tenerife” nº 49.
El silencio que reina, solo deformado por los motores de los blindados cuando arrancan, convoca a pájaros de arena que van pintando de verdad o imaginariamente, que nunca se sabe bien discernir, un fondo bélico. Es 27 de noviembre de 2007 y es Afganistán. Desde luego, ya saben de lo que hablo.
Están terminando de cenar y preparan las imaginarias. En total son seis blindados: “Dragón”, “Brutus”, “Godo”, “Sandokán”, “Poni” y la ambulancia “Sierra”; capaces de transfigurar el acero en refugio o en lanza dependiendo de si los tiempos son más favorables o más peligrosos. Han desplegado en las proximidades de la localidad de Golestán, en la provincia de Farah: operación “Pamir”.
Se han apostado en una situación privilegiada a escasos dos kilómetros de las montañas que cierran por el este el pueblo. Sobre las ocho de la tarde impacta el primer cohete RPG-7 contra la comisaría de la policía afgana (ANP) de Golestán. Mientras escuchan disparos de fusilería, adivinan, por el rastro de esa memoria antigua que no se separa de ellos, que la cosa no va a ir a mejor. Y atinan, pronto cae sobre ellos la primera granada de mortero.
Viendo que la policía afgana está en apuros y que no saldrá de esa situación, el capitán jefe solicita permiso para acudir en auxilio de sus compañeros afganos: «Están atacando la comisaría de Golestán. Solicito permiso para acudir en su ayuda».
El tiempo parece que se ha parado para ellos, pero no para el enemigo. Todavía no han recibido el permiso para acudir en ayuda de la comisaría afgana. Han apreciado que las fuerzas talibanes se acercan por el oeste de la comisaría, pero no los identifican bien por las montañas, por el barranco o por la noche. El silencio de la radio es opresor, mientras aguardan para combatir, hasta que la cabo Porras le dice al capitán leyendo un escueto mensaje: «Autorizado». Vuelven a analizar todos los signos que les llegan anteriores a la batalla, porque ha llegado el momento en que sean ellos quienes acechen a los insurgentes en apoyo de sus compañeros de la policía afgana.



María José prepara su armamento individual, sabe que va a tener que utilizarlo. Todos, lo han hecho mil veces, preparan su equipo, se ajustan y pertrechan, recuentan sus cargadores y se lanzan a la batalla con una primera orden: «Familia, llevamos mucho tiempo preparándonos para esto, en cinco minutos iniciamos movimiento. Punto de reunión en el collado que da acceso al camino hacia la comisaría. Vanguardia “Godo”, retaguardia “Brutus”. Sin luces». Y allá que se dirigen a la comisaría. Los soldados españoles llegan a las inmediaciones de la comisaría a las 21.05 con la intención de ser esquivos como la noche y, de inmediato, entran en combate.
La noche solo les enseña filos, hojas, mientras el aire pernocta irascible tocando el collado. Les han dado la orden: «Autorizado», y han soltado todos los lastres que llevaban para lanzarse a ayudar a los policías afganos que siguen resistiendo el empuje de los insurgentes.
Son las 21.05 cuando entran en combate. Despliegan en línea, para iniciar el ataque. Primero suenan las ametralladoras pesadas, hay perfiles de sombras en lo oscuro que no se adivinan en la distancia. Están recibiendo fuego y responden con fuego. Suenan también los fusiles. Parece que habitan un tiempo anterior a la historia que están viviendo, conscientes de que uno puede cometer muchos errores y en distintos momentos, pero esta noche no se puede fallar porque no es una simulación, ni un ejercicio de instrucción como los miles que han hecho antes y que los han preparado para llegar hasta allí. Hasta ese momento, en la localidad de Golestán, en la provincia de Farah.
María José ha salido del vehículo y ha empezado a disparar. Ha localizado a varias personas a unos cien metros de la comisaría en unos agujeros horadados en el barranco, pero todavía no sabe si son insurgentes o policías que han huido. La distancia que les queda para arribar a las últimas sospechas la cubren rápido con la obligación de moverse constantemente para no convertirse en objetivo.
De repente, aparece un avión en el cielo con la intención de darles apoyo, pero no puede hacer fuego sobre los objetivos porque soldados españoles, policías afganos e insurgentes están todos demasiado cerca y no es buena solución.
Los soldados españoles siguen disparando, cuando ven que desde la comisaría de policía han dejado de responder al fuego terrorista. Había llegado el momento de ver qué pasaba y alumbrar esas sombras de preguntas que todos se hacían. Para ello, el capitán Ignacio García del Castillo baja con el cabo Dorta para ver la situación. Los insurgentes habían dejado de hacer fuego por un momento, pero nada parecía tranquilo. Les falta munición de las ametralladoras ligeras y pesadas, y la solicitan a los otros blindados: “Poni” y “Sandokán”. Además, durante los enfrentamientos un eje del blindado se rompió y tuvieron que buscar una solución con el apoyo de “Godo”, mandado por el sargento 1º Boo.
Como la realidad no se está quieta y se impone siempre con su serena paciencia, disparos desde las cuevas por parte de los insurgentes los vuelven a poner en alerta y otra vez entra el sonido de la noche como un estrépito de disparos. Los soldados españoles no cejarán hasta que la comisaría de policía esté liberada. Y no cejan, aunque tengan que recorrer cada rincón de Golestán.
Los combates se prolongan hasta las 23.20 de la noche, que, igual que se llenó de bultos y sombras, se ha vaciado con el ruido de las armas y con el valor sostenido por los españoles durante más de dos horas. El apoyo español ha sido esencial para que la comisaría pudiera rechazar el ataque cuando entró la noche en ese Golestán desprevenido con un fragor construido por los insurgentes sobre las armas, propagado por sus muros y calles ahogando la tranquilidad que todo pueblo necesita. A las 23.20 los insurgentes fueron desalojados de sus posiciones, huyendo. Ni los españoles ni los policías afganos sufrieron ninguna baja.
En cuanto se lo ordenan, salen de nuevo con dirección a la base. Mucho tiempo después, María José recordará cuando escribieron el mensaje «OK» y fueron conscientes de que, por ahora, respiraban más tranquilos.
A la llegada a la base, María José se queda un largo rato mirando a su gente, y pensando que, si todos están bien y la misión se había cumplido, era más que suficiente y, además, habían sido protagonistas de hechos que merecerían muchos años después ser escritos.
