Todos tenemos un límite emocional en nuestras profesiones.
Vive el periodismo con pasión. En un momento como el actual, tras la declaración del estado de alarma, la labor de los comunicadores es fundamental para garantizar el acceso a la información de los ciudadanos. Albert Castillón (Barcelona, 1962) cree que han llegado nuevos tiempos a los que hay que adaptarse. Aunque para muchos es conocido por su paso por el programa Espejo Público, en Antena 3, confiesa que la radio siempre ha sido su debilidad. Desde el confinamiento retransmite cada tarde su programa El Barómetro, en Radio Inter. Además, acaba de publicar un libro sobre la COVID-19, titulado El origen de la pandemia. Un nuevo orden mundial, que ya se puede adquirir online.

¿De qué forma está viviendo, como profesional de la información, la crisis ocasionada por la COVID-19? Muy intensamente. Por primera vez, Internet y el mundo globalizado nos aportan información, a menudo más veraz que los medios de comunicación clásicos. Me da mucha pena por mi profesión, pero los medios generalistas obedecen órdenes gubernamentales y consignas de partido, Internet no. No hemos visto en las televisiones ni un funeral, ni un entierro, y sin embargo nos inundan con vídeos de sanitarios cantando y bailando, cuando somos uno de los países con más muertos y con más sanitarios contagiados.
Actualmente, dirige el programa El Barómetro, en Radio Inter. ¿Cómo está siendo la retransmisión estos días desde casa? Muy gratificante. Durante años estuve haciendo programas de radio
desde una cabina de doblaje, y también desde casa. No es nuevo para mí. Tengo instalada una Red Digital de Servicios Integrados
y se escucha como si estuviera en los estudios.
Durante todos estos años ha vivido momentos informativos de especial relevancia. ¿Un periodista está preparado para contar situaciones como estas (de extrema dureza en muchos casos)? Todos tenemos un límite emocional en nuestras profesiones. Yo me cansé de la radio local en Barcelona y di el salto a la televisión nacional. Más tarde, me agoté de secuestros y asesinatos y fui abandonando sucesos, porque me afectaba el contacto con las familias de los asesinados; dirigí mis esfuerzos a la actualidad política. Lo que nunca dejé de hacer es radio. La mayoría de periodistas están preparados con la teoría, no con la práctica, y esta pandemia nos va demasiado grande a la mayoría.
¿Cuál ha sido la cobertura informativa más dura que ha realizado? Sin duda, los atentados yihadistas en La Rambla de Barcelona. Estar en directo seis horas de televisión, poco después del atentado, cuando todavía estaba la sangre de los fallecidos en el suelo, y entrevistar a los supervivientes fue muy duro.
Su paso por el programa Espejo Público, de Antena 3, marcó un antes y un después en su vida profesional… Espejo Público marcó una etapa muy especial, pero para los demás, no para mí. De lo que estoy más orgulloso en mi vida profesional es de un programa llamado Tarde de Todos, que ganó un premio Ondas y realicé durante años en Onda Rambla. Aún me lo recuerdan cada vez que voy. Espejo Público fue una bonita etapa en la que conocí por dentro la televisión nacional, con sus luces y sus sombras. Pero como digo, me quedo con la radio.
Comentaba el premio Ondas, pero también ha logrado la Antena de Oro, entre otros reconocimientos. ¿Cuál es la mayor satisfacción para un periodista? Yo tengo tres motivos por los que ejerzo mi profesión: para intentar transmitir a otros lo que no conocen, para mejorar la vida de los demás y para ofrecer otro punto de vista de la actualidad, que pocas veces coincide con el oficial.
«En la actualidad, los digitales y las redes sociales son una forma más libre de estar informado»
¿Cómo es Albert Castillón tras los micrófonos o detrás de las cámaras? Hogareño, “cocinillas”, padre de dos hijos, amo de tres perros y un gato, perfeccionista y tozudo, y tremendamente trabajador.
Tuvo la oportunidad de realizar el servicio militar obligatorio…Durante un año y tres días. Lo hice ya mayor, con 22 años, por pedir prórrogas de estudios universitarios. Empecé en San Clemente, en Gerona; luego en Mas Enric, en Tarragona; y, finalmente, en el cuartel de Tarragona ciudad. A los pocos meses de llegar, ya tenía permiso para salir cada día a hacer radio y trabajar para sufragarme los gastos de la mili. Además, para hacer más llevadera la estancia, monté una orquesta con soldados del cuartel, en la que yo cantaba, e hicimos alguna gira por otros acuartelamientos de la provincia.

¿Qué destacaría del trabajo que realiza el Ejército durante estos días? España tiene mejor Ejército que políticos y siempre está dispuesto, sin hacer preguntas, cuando se necesita. Es, sin duda, la Institución española mejor valorada y, de nuevo, estos días ha dado ejemplo, además, de paciencia infinita ante los desaires recibidos. Imagino las escenas que han tenido que ver en alguna residencia de ancianos cuando iban a desinfectarlas… Son héroes.
Cuando esta situación pase, ¿cree que afectará de alguna manera a la forma de hacer periodismo? Desgraciadamente, no a la forma de hacer, sí a la forma de recibir información periodística. Mis hijos, de 18 y 21 años, ya nunca se informan de nada por televisión, ni por radio, mucho menos leen un periódico. Lo hacen a través de digitales y redes sociales, y según quién publica o transmite la noticia, la creen o la ponen en cuarentena. Es una forma mucho más libre, y no sujeta a órdenes políticas ni subvenciones públicas, de estar informado. En casos graves para el país, las redes sociales son fuente más fidedigna de información. Ahora somos nosotros, los periodistas con experiencia, los que debemos ir a trabajar a ellas para infundir confianza a los ciudadanos.